domingo, 3 de enero de 2016

Individualismo inducido

Las teorías capitalistas respaldan la naturaleza egoísta e individualista del ser humano por naturaleza y desde sus orígenes. Estas teorías nos cuentan como el comportamiento natural (incluso a nivel genético) de un ser humano es defender los derechos de propiedad, y las distintas formas de proteger su permanencia y facilitar las distintas transacciones de las mismas –acumular riqueza, al fin y al cabo-. Nos dicen que nuestro individualismo original se desarrolla aún más como resultado de cierta evolución cultural, nos hablan de la autonomía personal de los cazadores recolectores, incluso difunden que -“lo genéticamente incorporado durante la larguísima época en que los cazadores recolectores se adaptaron a su entorno ha resultado ser la base más adecuada para la aparición del capitalismo” (Papeles “Lucas Beltrán” de pensamiento Económico, No1, Pedro Schwartz Girón, CEU) -, más aún, estas doctrinas le dan un trato de excepcional al fenómeno de la colaboración e intercambio entre distintas familias o grupos humanos (“En compañía de extraños” - Paul Seabright, 2004-), y con todo asume diferencias, en estos fenómenos dependiendo de las perspectivas de reciprocidad (no será igual la colaboración en el caso de familias o vecinos, que el de desconocidos a los que con toda probabilidad no se volverá a ver).
En alguno de estos estudios, limitan la cooperación social a intercambios, jerarquías y fuera de esta cooperación quedan los conflictos, resultando, de los tres, el más deseable el intercambio, por su componente de voluntariedad en este ejercicio. Sostienen que el mecanismo de la competencia individual mantiene un equilibrio entre los beneficios de las partes involucradas en las distintas cooperaciones sociales. Aseguran que la competencia es el perfecto regulador de una sociedad que ejercita el mercado libre. Este mecanismo pierde su eficacia en el campo jerárquico por la capacidad de los estados de ejercer la violencia y la coacción para forzar la obediencia (ejercidos mediante conflictos armados, la justicia o los impuestos). Según este discurso, los estados (las jerarquías), son un problema que introduce palos en las ruedas del libre mercado por desestabilizar el mecanismo de equilibrio de la competencia. De ahí la aversión que tiene el discurso liberal por los estados y sus regulaciones. Resumiendo: se defiende un modelo económico como el capitalismo, dotándole de un respaldo nacido en la propia naturaleza del ser humano, en sus genes, en el amanecer de la especie, y su historia, mientras que limitan nuestro comportamiento a un comportamiento de mercado: intercambios de cualquier tipo con fines más o menos interesados, los cuales se sitúan en el eje de la existencia de cada individuo.
Este razonamiento, además de falso desde el punto de vista de la biología (1), rezuma interés y manipulación, ya que, si bien será cierto que la cooperación dentro de los grupos humanos tiene cierto componente de interés particular de las partes, no sería tanto un interés cuantitativo como cualitativo, es decir, los grupos sociales arcaicos (y hasta hace no mucho podía verse en ciertos grupos culturales indígenas cuyo modus vivendi ha quedado congelado en el tiempo), mantendrían una cooperación e intercambio basados más en las relaciones humanas que en el valor subjetivo de la mercancía. Los intercambios o prestamos de servicios o mercancías no esperarían tanto una contrapartida igual o del mismo valor (tanto es así que en algunas culturas está muy mal visto el devolver lo prestado porque se asume que la persona no quiere tener relación alguna con la otra parte), como el alimentar un interés grupal, una relación de confianza que, si se afianzaba debidamente haría que se creara una fuerte cohesión social, con lo que se aseguraba la protección, por parte del colectivo, de todos los individuos que lo componen en los momentos difíciles (enfermedad, accidente, escasez,...). En realidad el interés “egoísta” de esta cooperación crearía uniones más fuertes dentro de los grupos y los individuos desarrollarían comportamientos que se pueden definir como altruistas. Todos los componentes de una comunidad desearían pertenecer a la misma siempre que se sintiesen arropados por la protección que les da el apoyo mutuo (2).
De esta forma, en los albores de la historia humana, el mercadeo y la competencia pasarían a un segundo plano, lo cuál no quiere decir que la  economía material y de recursos no fuese de gran importancia, sino que era primordial la “economía de relaciones personales”.Para los grandes poderes económicos es en extremo necesario que la sociedad desestime sin ninguna duda la cooperación altruista como parte del ser humano, puesto que, aunque explotar nuestras habilidades cooperativas en las factorías les es muy necesario, esas características también son el germen de ciertos comportamientos de protección y defensa de colectivos humanos como las luchas por derechos sociales y laborales. Esto es inadmisible porque es un enorme escollo en el camino del negocio. Mucho mejor es que nos movamos en un mundo de competencia, donde la persona que me acompaña es un rival y no alguien en quien pueda confiar...
De esta forma, y a base de adoctrinamiento, hemos llegado a asumir como verdad absoluta nuestro comportamiento individualista y competitivo. Si tanto es su interés por este discurso, y asumiendo que las prioridades y lealtades de estos poderes fácticos es contraria a los de la mayoría de la población, habría que poner en duda la veracidad de estas teorías, más aún si se pueden encontrar montones de ejemplos, desde los albores del hombre, que son contrarios a lo ya explicado.
Las comunidades cazadoras recolectoras (en contra de lo que predican en la Introducción a la antropología del capitalismo en los papeles “Lucas Beltrán”), utilizaban estrategias de caza y emboscaban a sus presas en batidas, donde cada individuo trabajaba como el pequeño engranaje de un mecanismo perfecto (así lo demuestran multitud de registros arqueológicos prehistóricos, como los de Tirig, en Castelló); y por supuestísimo no existía el afán acumulativo que lleva implícito el capitalismo. En Atapuerca tenemos el ejemplo de Miguelón, un Homo heidelbergensis que sufrió durante meses una terrible infección en la boca que se le extendió al hueso de la mandíbula, y sobrevivió gracias a los cuidados del grupo, debían alimentarle dándole la comida previamente masticada, lista para tragar. En la cultura Minoica el rey recaudaba absolutamente toda la producción y posteriormente la repartía entre toda la población para cubrir la necesidadde todos, lo cual nunca provocó ningún conflicto entre los habitantes de la isla (al menos no hay registro de conflictos por este motivo). El hecho de la enseñanza en sí, compartir conocimientos, técnicas de fabricación de útiles, de caza, pesca y recolección, ya es un ejercicio de cooperación grupal gracias al cuál hemos avanzado y evolucionado (contrario, como no podía ser de otra forma, a los inventos estos de las escuelas de “excelencia”, que se han sacado de la chistera últimamente). Incluso un equipo de científicos multidisciplinar encabezados por el psicólogo Dacher Keltmer, de la Universidad de California, están desarrollando un estudio que demuestra que el hombre es altruista y generoso a nivel biológico.
Según Emilio Civantos Calzada, Doctor en Biología de la UCM -por su clasificación en cuanto a descendencia, el hombre sigue la estrategia “K” lo que implica mucho esfuerzo en el cuidado de los jóvenes, Es en los estrategas de la K, donde se ha dado una evolución mayor de los comportamientos de cooperación social, Pero además, los humanos somos animales que actuamos por el bienestar de nuestro grupo social. Esto se llama altruismo biológico y no somos la única especie que lo practica-. Dentro del altruismo biológico hay tres tipos, hasta ahora he mencionado “el de parentesco” y “el de beneficio mutuo” pero el ser humano los posee todos incluido el último nacido de unas estructuras sociales complejísimas - “Como resultado, los humanos somos la única especie que ha desarrollado
un sentido moral” -.
Fué posteriormente, con el comercio entre las comunidades y la acuñación de la moneda, cuando se desarrollarán estos hábitos que tanto defiende el capitalismo imperante: competividad, mercado, intereses, acumulación de riquezas,... Es cierto que hoy estas directrices son un mal muy extendido, sobre todo por adoctrinamiento a través de los medios (el desconocimiento de las consecuencias de nuestras costumbres o la lejanía de los resultados impiden la empatía con otros), la propaganda, quizá por el diseño de nuestro modo de vida, la organización de horarios, y un acentuado comportamiento de imitación de la mayoría...no lo sé, pero lo que sí sé es que a pesar de años y años de adoctrinamiento en favor de la defensa del mercado, de la competencia, del acaparamiento, la enorme fuerza altruista aún bulle en nuestro interior pugnando por salir. Aún sucede que montones de personas se asocian convirtiéndose en una fuerza benefactora para viajar a lugares remotos, donde reina la miseria, donde familias enteras mueren de hambre y enfermedad, y luchar con todas sus fuerzas contra las consecuencias del capitalismo reinante en todo el orbe; o se plantan delante de la puerta del hogar de una familia a la que están a punto de desahuciar, sin esperar nada a cambio, y arriesgándose a agresiones físicas y multas para defender los derechos de personas a las que ni siquiera conocen. Solo porque hay algo dentro de ellos que les grita y les dice que la enorme tribu que es la humanidad puede ser mejor, mucho mejor, que debe proteger a los suyos, sobre todo a los débiles y a los enfermos, quizá de forma “egoista”, esperando que algún día alguien haga lo mismo por ellos en caso de necesidad, quizá... pero lo que tienen claro es que el mercado y la competencia nunca debió salir del segundo plano en el que debe estar, siempre por detrás de las relaciones entre personas, del apoyo mutuo.
1.- La biología establece el altruismo genético y distintos niveles del mismo y asegura que hasta a los seres más básicos se les puede clasificar en uno o varios tipos, por ej. las abejas (que en caso de amenaza de la colmena sacrifican su vida con su picadura para defenderla, y tienen que saber de alguna forma que van a morir, puesto que no atacan en forma de enjambre, sino un número muy reducido de ejemplares, salvo rarísimas
excepciones).
2.-Aunque el comportamiento altruista del ser humano va más allá, porque si fuese el interés propio el que lo alimenta, en caso de que un colectivo sea cooperativo, lo racional a nivel individual sería no cooperar, de forma que recibes los beneficios obtenidos por la cooperación del grupo sin tomar los riesgos y esfuerzos que pueda implicar este comportamiento de apoyo mutuo, y esto no ocurre de forma general (es más, los individuos que se comportan de esta manera suelen ser discriminados en la sociedad). La visión simplista de los defensores del individualismo y la competencia por naturaleza no se sostiene ante la complejidad y la avalancha de ejemplos que tiran por tierra sus afirmaciones.


(Publicado en el Blog Autonomía  y Bienvivir, Junio-2015)